Aún no lograba comprender cómo era éste el único restaurante en todo Tumaco, donde se podía degustar el típico plato “Tapao de Pescado” tal cual como me lo había advertido Eduardo Sevillano, el amable taxista que me recogió en la mañana en el aeropuerto, debía llegar antes de las 9:30 de la mañana, de lo contrario, encontraría ni los huesos.
En el restaurante esta Leno, una señora morena, de cabello corto, digamos al borde de la obesidad. Sentada detrás de un escritorio de oficina, de esos que usaba mi maestra en la primaria: De madera oscura, patas delgadas y cónicas, desportillado y cajones desajustados. De sus orejas cuelgan unos largos aretes con formas de barco color cobre. En sus manos tiene cuatro anillos, solo logro identificar la forma de una tortuga que la obliga a separar su dedo medio del índice. No hay duda que es la jefa, desde su sillada ordenes y cuenta una y otra vez los billetes que recibe de los estómagos que esa mañana desayunamos allí.
A sus espaldas amontona, aún en el plástico, la Revista Semana. La suscripción tal vez, le ayuda a sostener la porcelana y las llaves que tiene encima de ellas. El cajón donde guarda el dinero que recibe, muestra evidencia de haber sido violentado en muchas ocasiones, la madera se ve gastada, pero la llave le entrega una alucinación de seguridad y tal vez, al ladrón una sonrisa por la ingenuidad. En dos de las paredes, hay colgadas unas atarrayas de pesca y muy cerca de la barra, por donde uno ordena la comida, hay un diploma de excelencia por un curso al parecer de belleza. No podía faltar el Maneki-neko, el famoso gato de la suerte que mueve y mueve su pata sin parar. Está tapado con una coca de plástico trasparente para que el polvo no caiga sobre el. Quizá el éxito de su negocio no es traído por la culinaria, o su particular decoración, es por este gato.
Cuando llegué al sitio, su sonrisa, el saludo y la bienvenida que me dio, me hizo pensar que tenía en mis manos la primera historia de este viaje: la preparación del tapado de pescado, un plato típico de la región, pero que, sarcásticamente únicamente logré encontrar en su restaurante porque en ningún otro lo preparan. Otra de las advertencias de me había hecho Eduardo.
María, una de las meseras, me sirvió un trocito de pescado, y un plátano verde que partió en pequeños trozos. Cuando me entregó el plato, le manifesté mis intensiones de grabar un pequeño video donde ella me explicara cómo se preparaba este plato.
Su sonrisa fue la respuesta más noble que me pudo dar. Era perfecta, a lo natural, blanca, totalmente ordenada. Lo primero que me dijo fue que era fácil, el secreto estaba en dos plantas que solo crecen en esta zona chirarán y chiayuanga. De un momento a otro, la voz cortante de Leno Molano Valencia interrumpió. – Tu no puedes venir a grabar, primero pídeme permiso, además, todo eso esta en internet, si quieres saber como se prepara, pues vete a buscarlo al internet hasta videos hay en “eltube”
Le expliqué de una y otra manera mis intensiones, incluso, le hablé de los beneficios de hacer público el video, para que conocieran su restaurante. Todo resultó inútil. Al final, apagué la cámara, me senté en una mesa de plástico enclenque, justo frente a ella y me resigné a comer, eso sí, estaba delicioso, es un pescado con un leve sabor a limón y hierbas
Al marcharme, le pedí disculpas nuevamente le sonreí en señal de avenencia, pero ella nunca me miró a la cara. Manifestando su descontento por mi presencia, me entregó el cambio y siguió con su mirada perdida dirigida a la calle. Entonces, había aprendido mi primera lección del viaje, o mejor dicho, la recordé: una cámara en manos de un extraño, es para los locales como una pistola. Ya el maestro Oscar Bustos, y los libros de Kapucisnky me lo habían enseñado años atrás. La próxima vez lo intentaré con un poco más de cautela y protocolo, el cuy asado mi siguiente ensayo.